
Aquella mañana, Jorge decidió subir solo la encumbrada ladera oriental de la montaña. Como en las ocasiones anteriores, comenzó su escalada muy temprano calculando el tiempo de luz solar que le permitiría llegar al cuarto refugio donde pasaría la noche para coronar la cima al día siguiente. Pero ese día, el sol se puso antes de lo calculado. Desesperado, veía como las penumbras cubrían aquella ladera y el tan deseado refugio no aparecía ante su vista. Apuró la marcha, su respiración se debilitaba y el cansancio extremo lo abordaba. En un descuido, su pie resbaló y cayó al precipicio en medio de la oscura noche. Afortunadamente, la soga que llevaba se enredó en un árbol durante la caída y el arnés de su cintura soportó el tirón. Casi inconsciente, colgando como un péndulo en medio de aquella noche, intentó usar su radio para pedir socorro. Nadie respondió. Toda su vida pasó como una película por su mente. Le rodeaba la oscuridad más negra. Se acordó de Dios. De las historias bíblicas que su madre le contaba cuando niño y dirigió una oración: “Señor, toda mi vida te he ignorado, si me salvas de esta prometo entregarme a ti el resto de mi existencia”. Una voz en la fría noche le respondió: Si confías en mí, corta la soga y te salvarás.” Luchó y luchó para tratar por otro medio pero se rehusó a cortar la soga que era, según él creía la única esperanza que le quedaba para salvarse. Lo encontraron al mañana siguiente, muerto por congelamiento con su cuerpo colgando a escasos metros del suelo. Evidentemente, si hubiera confiado en aquella voz que le dijo que cortara la soga, se hubiera salvado. ¿Confías en Dios al punto de cortar todo aquello que dependa de tus fuerzas y entregarte solamente a Él? Esa es su única demanda y solo, confiando así en su cuidado, encontrarás la salvación para tu alma. Muchos creen que pueden cuidarse mejor de lo que Dios puede cuidarles y, dudando de su amor, gastan sus vidas luchando inútilmente y nunca se entregan a Él. Y tú: ¿Te atreves a cortar tu soga?
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