lunes, 28 de enero de 2008

Reflexiones para el alma

En el libro de Números como en tantos otros pasajes bíblicos, encontramos dos realidades tocantes a la presencia del pecado: que está dentro nuestro, y que nos seduce también desde afuera. Tanto en tu ser, tu familia o tu iglesia estas dos variantes existen y seguirán existiendo y la lucha contra esta realidad también se presenta en las páginas bíblicas clara y enérgicamente. Por que no debemos ser pasivos so displicentes al tratar con el pecado, sino enérgicos y contundentes.

El pueblo de Dios debe conocer cómo enfrentarse al pecado. En la historia de Israel en el desierto tenemos a los madianitas, pueblos vecinos paganos que les seducían a pecar y una referencia a pecado interno de codicia, castigado con una plaga de serpientes venenosas que les mordían enviadas directamente por Dios.

Sí. Es que el mismo Dios que odia el pecado es el que argumenta medios para que lo identifiques, veas cuán feo es su veneno, pero también te da la oportunidad de que te sanes. El mismo Dios que envió las serpientes fue el que les dio la medicina en el capítulo 21.

Desde adentro y desde afuera, la naturaleza pecaminosa y el veneno mortal inyectado por la antigua serpiente en cada ataque, vez tras vez.
La actitud debe ser enérgica, así como Dios aconsejó a su pueblo en el desierto, fíjate: “Num 33:55 Y si no echareis a los moradores del país de delante de vosotros, sucederá que los que dejareis de ellos serán por aguijones en vuestros ojos y por espinas en vuestros costados, y os afligirán sobre la tierra en que vosotros habitareis”.

Actitud enérgica contra el pecado es lo que Dios dice en su palabra. Quizá sea Juan el que mejor expresa este sentir en el N.T. en 1Jn 1: “pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

Dios trata al pecado sin conmiseraciones y espera que su pueblo lo trate de la misma manera.

Por: Pablo Martini
reflexionesparaelalma@labibliadice.org

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